La NOBLEZA era un grupo social al que se pertenecía por nacimiento y
linaje, pero el noble o caballero debía confirmar dicha pertenencia
"viviendo noblemente", es decir, con el manejo de la espada. El
ejercicio de las armas definía al caballero medieval,
su función guerrera lo situaba en la cúspide social. La Iglesia había
ayudado a reforzar el carácter guerrero y militar de la nobleza
legitimando su monopolio de la violencia: mientras el clero rezaría por
la humanidad, los caballeros la defenderían y los plebeyos trabajarían
para que todos pudieran comer.
Se suponía, en teoría, que la finalidad de la nobleza no era pelear por
placer ni por poder, sino en defensa de los otros dos estamentos y para
conservar el orden y la justicia. Dada su condición de protector, el
aristócrata estaba exento de los impuestos directos de capitación o
fogaje.
En la práctica, la nobleza empleó sistemáticamente la violencia en
defensa de sus intereses, enfrentándose en continuas luchas entre sí y
oprimiendo permanentemente a un campesinado del que dependía su sustento
económico. Para el caballero la violencia y la guerra era su razón de
ser y sus principales atributos eran la espada y, sobre todo, el
caballo. En la batalla, caballo y caballero eran inseparables; sin
montura, el caballero era simplemente un hombre, con ella era
considerado invencible. El noble ensalzaba continuamente la guerra, allí
se convertía en héroe, allí demostraba sus cualidades exclusivas:
valentía, arrojo, honor. El trovador Bertrand de Born, de noble origen,
hablaba así de sus sentimientos en la batalla:
Mi corazón se hincha de gozo cuando veo
fuertes castillos cercados, estacadas rotas y vencidas,
numerosos vasallos derribados,
caballos de muertos y heridos vagando al azar.
Y cuando las huestes choquen, los hombres de buen linaje
piensen sólo en hender cabezas y brazos,
pues mejor es morir que vivir derrotado...
Os digo que no conozco mayor alegría que cuando oigo gritar
<¡sus! ¡sus!> en ambos bandos, y el relincho de los corceles sin jinete,
y quejidos de <¡Favor! ¡Favor!>
¡y cuando veo a grandes y pequeños
caer en zanjas y sobre la hierba,
y veo a los muertos atravesados por las lanzas!
Señores, ¡hipotecad vuestros dominios, castillos y ciudades,
pero jamás renunciéis a la guerra!
Junto a sus armas, su armadura pesada
y costosa y su caballo, otros signos externos que permitían al
caballero diferenciarse del resto eran el lujo en la vestimenta y el
escudo heráldico, símbolo de su familia.
Para la nobleza el acontemiento bélico por excelencia fue la batalla
campal, el enfrentamiento total y a campo abierto de dos ejércitos. En
las batallas campales la carga de la caballería pesada protegida con
armadura y provista de lanza se consideró insuperable durante buena
parte de la Edad Media. De todos modos, el enfrentamiento directo y
masivo fue relativamente escaso en la etapa medieval. El riesgo de
derrota total era excesivo para ambas partes. Por ello, la GUERRA MEDIEVAL fue,
sobre todo, una sucesión de cercos de castillos y ciudades y un
permanente hostigamiento del enemigo a base de emboscadas y ataques por
sorpresa en territorio contrario (algaradas).
En los periodos de paz, el caballero continuaba preparándose para la
guerra: se entrenaba en el castillo y se dedicaba a la caza, una de sus
aficiones favoritas. Cuando quería medir fuerzas con sus iguales,
participaba en justas y torneos. Aunque no eran a muerte, estos
juegos eran tomados muy en serio y las posibilidades de caer heridos o
morir no eran remotas. Las justas eran combates individuales mientras
que los torneos eran enfrentamientos colectivos en los que podían llegar
a participar decenas e, incluso, centenares de caballeros que podían
caer prisioneros de sus opuestos y verse obligados a pagar costosos
rescates.
La propiedad de las tierras y rentas daban al noble el derecho a ejercer
su autoridad sobre todos los de sangre distinta en su territorio o feudo,
menos sobre el clero y los comerciantes de las ciudades libres. Las
rentas que recibía de los campesinos y los derechos o banalidades que
tenían sobre todos los habitantes de su feudo le permitían mantener los
importantes gastos derivados de sus obligaciones militares. La
residencia del señor resaltaba sobre las demás y tenían un claro
carácter defensivo: era el castillo.
No todos los nobles eran grandes señores. El caballero de rango inferior
carecía de las riquezas de duques o condes y con frecuencia solo
contaba con un castillo sin importancia y unas rentas limitadas. Por
debajo de él estaban los caballeros cuyo feudo era solo una casa fuerte y
una propiedad equivalente a poco más que la de un campesino. Algunos no
contaban con castillos ni feudos, vivían con su señor y éste les
mantenía.
Tanto los grandes señores como los simples caballeros, todos los nobles
estaban vinculados entre sí por relaciones sinalágmáticas o bilaterales:
las RELACIONES FEUDOVASALLÁTICAS. Eran relaciones entre hombres
guerreros y libres que se entretejían creando una red de fidelidades que
llegaban desde el simple caballero al gran duque, que a su vez sería
vasallo del rey.
Algunos grandes señores, como el caso del duque de Borgoña en Francia,
llegaron a contar con grandes ejércitos privados que consiguieron,
incluso, retar al poder real. Y es que en la Edad Media el monarca no
contaba con el monopolio de la coerción y la violencia. Los ejércitos
nobiliarios eran una característica medieval, como lo era también la
existencia de multitud de plazas fuertes y castillos en manos de la
nobleza que suponían el máximo exponente de su fuerza militar.